miércoles, 16 de enero de 2013

Fakirlik


Es la una de la mañana, Estambul rezuma vida. Istiklal estaba tan llena hace diez minutos como a las siete de la tarde. Y ahí estaban los incansables vendedores de mejillones, de simit y de pilav. El clarinetista que llenaba la calle de música por una pocas monedas. La señora que vendía paquetes de pañuelos. Los que transportan carros gigantes llenos de las viandas encontradas al rebuscar en los contenedores.

Pobreza. Hay muchas personas en esta ciudad que viven al día.
Y lo pienso y realmente empiezo a ser consciente de la cantidad de gente pobre que debe haber en el mundo. No de los que no necesitan más de lo que tienen; sino de los que viven tristes, de los de la barba de tres días, las ojeras y la pena. Mendicidad que me carcome por dentro.
Esos de los que siempre te han dicho que no hay que darles dinero, "que seguro que es pa' droga"; (pues no me extraña, mire usted, no me extraña que se intenten aliviar en la soledad de la muchedumbre).

Que yo que sé. Se me escapa de las manos. Y ¡joder, que sí es una utopía! Al ritmo que vamos sí... que ya no son uno o dos durmiendo entre cartones. Que son cientos de niños trabajando todos los días, no importa el frío o el calor; bajo la estricta vigilancia de sus padres (tres escalones más arriba, en la salida del metro).

No lo sé, no sé cuán factible es... que digan lo que digan este sistema es una mierda. Que no funciona, que no es justo. Que ¿qué coño nos pasa? Y es que te acabas acostumbrando, te acostumbras a no verles, a avanzar a paso rápido e ignorarles. Pero ahí están.



Sólo se me ocurre decir (y jamás le deseo a nadie que lo pase mal), que ojalá la crisis en España sirva para algo y que nos volvamos más humanos. Que luchemos para derrocar a los que no quieren compartir. Nunca en mi vida he estado más convencida de la necesidad de una educación pública de calidad obligatoria y de una sanidad para todxs.

No sé, que me voy a dormir, a ver si acaso.

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