jueves, 3 de enero de 2013

Allah allah

Con el sabor del dulzor navideño y el calor del hogar, he vuelto a Bizancio. Del avión sólo recuerdo la vista de un extenso terreno de montañas nevadas y un mar nubes que ocultaron el sol una vez que lo atravesamos. Yolanda era la pasajera que se sentaba a mi lado, estuvimos hablando de todo un poco y de nada a la vez. Me dijo que venía a visitar a una amiga suya que se había casado con un turco. Una vez que aterrizamos, descubrí que su amiga (de entre los millones de habitantes de Estambul) era una chica a la que yo había conocido en el cumpleaños de Göker, en la noche de los músicos callejeros de Bostanci.

Ali no estaba cuando llegué a casa a las seis de la tarde, pero sí estaban su madre y su hermana. Turco de golpe y porrazo. A duras penas entender y sonreir mucho para contrarrestar. Ahora el frigorífico está lleno de comida de mamá turca y de los enseres españoles que he traído conmigo. El té sabe auténtico y la rutina se antoja cálida.

Iyi geceler, arkadaşlar.

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