lunes, 25 de febrero de 2013

Turizm

Fotos de un fin de semana de turisteo por Estambul:













Süleymanye, Beyazid, Kıtap Bazaar, Grand Bazaar, Eyüp, Pierre Lotti...


viernes, 22 de febrero de 2013

Şu çılgın türkler



El cielo no deja su color gris. El frío no abandona la ciudad.
Al menos nos queda la música en los bares de siempre. Noches locas. Vino gratis que la Universidad Mimar Sinan ofrece a los Erasmus en los cóktels de bienvenida.

El gusto que da salir con cuarenta personas y que al preguntarles qué estudian contesten Arquitectura o Escultura o Pintura o Grabado o Cerámica...

Flota en el ambiente cierta ansiedad, todos vamos necesitando que llegue la primavera.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Midyeler

El resultado de salir con cuatro turcos medio ebrios es regatear con un vendedor de mejillones y conseguir una bandeja entera por 40 liras.

lunes, 18 de febrero de 2013

Viaje balcánico.


Cuando cruzamos la frontera con Bulgaria, llegaron las primeras risas y las voces. Ahí estaban de nuevo los ruidosos turcos. Me sentí en casa.

Era un día soleado en Atenas cuando llegué a la Plaza de Sintagma. Me senté a esperar a Irene con mis, por lo menos, diez kilos de mochila y con toda la energía de quien emprende una nueva aventura.
El té compartido y el queso con pan, acompañados de conversaciones profunda y puestas al día.

Las pintadas en los muros y la contaminación permanente. El queso feta y el orgullo de la patria abundaban en cada una de sus calles. La crisis económica y las huelgas de transporte. Fue una perfecta puesta de sol, aquella que vimos desde la colina al lado de la Acrópolis. Y Atenas se veía envuelta en un beige, de aroma clásico.

El Partenón. Atenea Nike. Erectión. Majestuosas cariótides alejadas de su templo y encerradas para siempre en urnas de cristal.

Café en el "Nosotros". Andrea y Renata. Esperanza adulta. Miles de besos desde Constantinopla para vosotros, donde quiera que esteis ahora.

Fue cuando empecé a entender que la fuerza que se apoderaba de mí al subir al Albayzín, también se posa en otros pechos y en otros lugares. Irene ya lo sabía. Y al ritmo de la música de las guitarras y tambores en el salón de Dimosthenis, con Pavlos y Kimos y el humo del incienso.





Croissant de chocolate para hacer más amena la espera del autobús. Rumbo a Delfos.

Me encontré entre montañas, con el mar de fondo. El canto de los pájaros y el aire limpio. Diez minutos pasé examinando al Auriga. El ser más bello esculpido en mármol le acompañaba. El Adonis que se ahogó en el río, el venerado discípulo del emperador; cuya copia podemos encontrar en el aula de Dibujo de Estatua de la Facultad de Bellas Artes de Granada. Con los ojos como platos y la sonrisa bien ancha visité el Tholos. Iluminado por el sol invitaba al silencio y a la contemplación. Mágico lugar envuelto en leyendas.

Cuatro japonesas se hicieron fotos conmigo. Les parecería exótico ver a una niña con mochila. 

Llegó Dimitrios. Café griego y una cena cargada de platos típicos. Marinero-escultor. Venus de Milo de regalo.

Tres autobuses me separaban de Kalampaka. En el camino, la pareja de americanos que me invitó a ositos de gominola.

Meteora perdió su encanto cuando la carretera y las cabinas telefónicas conquistaron el terreno. Las altas cumbres no parecen ya inacessibles. Los 3 euros de entrada a cada monasterio ponen a la religión ortodoxa al mismo nivel que la católica o la islámica: la fe al servicio del dinero. Sólo me quitó el amargo sabor de boca el paisaje desde lo alto, desde la inmensidad de las cumbres sobre la civilización. Y el viento en la cara al llegar en motocicleta desde el tercer al cuarto monasterio. Kostos.

Al atardecer, rumbo al norte. Café en la estación con Nikole a la espera del próximo tren que nos llevara a Tesalónica.


Con el olor de la sal de una ciudad portuaria me recibió. Panorámica desde el bosque para bajar en busca de un típico "giro". De postre, pan de anís. Y en el  puerto, fotografías antiguas. Aroma turco en las vestiduras. Tradiciones que unen a dos países enemigos. Son diferentes los colores en esta parte de Europa. El aguamarina oxidado de las cúpulas de Santa Sofía de Tesalónica será el protagonista de mi paleta. Misa cantada. Cena en la taverna y la mejor comida por poco dinero. Especias y rakómelo.

No era el momento de ir a Bucarest y me dirigí a Sofía. La capital búlgara se presentaba tranquila en la noche. Alicia me esperaba con los brazos abiertos. Noche de reggae. A la mañana siguiente el frío de la ciudad me acompañó durante mi visita. Ciudad que se recorre en unas horas. Me sorprendió el silencio. Las ropas grises. Plasmar sus arrugas en un lienzo. ¿Dónde quedaron las risas?

Pernik fue al día siguiente. Carnaval búlgaro. Cencerros como complemento. Estruendo para espantar al diablo. Puros balcanes. La fuerza de su gente. Por la tarde, apareció la lluvia y pronto se tornó nieve. Con el sabor del café con leche, decidimos volver a la casa. Allí conocí a Jackson. Tan pelirrojo, de piel tan blanca como los copos que caían afuera. Tenía un no sé qué, un aura que le rodeaba. En el calor de la cocina de Alicia, con empanadas de calabaza típicas calentándose al horno. Música trance. Empecé a comprender.

Perdí en tren a la mañana siguiente, pero necesitaba un parón. Encontrarme de nuevo, aunque fuera en una ciudad desconocida en algún remoto lugar del mundo. Por la tarde, Jackson vino a mi encuentro. Paseamos hasta llegar a Ruski Pamedik. Descubrir el enegrama y conectar nuestras manos uniendo también el hueco entre el meñique y el anular. Comprender(me). Y preguntar libremente todo aquello que parecía no tener respuesta. 279.

Larga noche en el autobús envuelta en una pompa. Mucho que asimilar. Al alcanzar Bucarest conocí a José, un argentino viajero. Me ayudó a encontrar a Andreea, la chica que se había ofrecido a ser mi hoster como couchsurfing. Quizás no fuera la gran experiencia que esperaba, pero, almenos, de gusto saber que un sistema altruista funciona tan bien de manera global.

Bajo el sol, en frente del gran Palacio del parlamento me senté a esperar la hora de entrada. Hipocresía irradiaba aquel mastodonte. Construido en años comunistas, busca su excusa en el modelo chino de grandeza=poder. Igualdad gritaban mientras expulsaban a miles de habitantes de sus barrios para construir aquella monstruosidad.

Salí de allí con la sensación de que el ser humano perdió el norte hace mucho tiempo... me fui al Museo de Arte Contemporáneo para ahogar la pena. Pero estaba cerrado. Volví sobre mis pasos y al cruzar tras la parada de autobús me encontré con Alexandra.


Ella me pidió fuego y me contó su historia. La burbuja que Jackson había creado, me estalló dolorosamente en la cara. La invité a un café. Me llevó a su parque y me enseñó aquel lugar como si fuera lo más bello e importante de su vida; su refugio. Hablamos de razas, de mundos distintos, de pobreza, de egoísmo. Pérdida de los principios, primer contacto directo con su mundo. Pero al caer la noche, sentí (por primera vez en mucho mucho tiempo) miedo. Necesitaba huir, volver al mundo de la clase media consumista del que venía. La culpabilidad se hacía un hueco en mi pecho, y entre esa doble discusión interna me dirigí a la parada de metro más próxima. Me despedí de ella con un abrazo, deseándole sinceramente lo mejor de todo corazón. Permiso, perdón, gracias, te quiero. Se quedó mis guantes, y ¿qué? a ella le harían más falta.

Por razones que emanan de la casualidad, pasaba por allí Vicentiu, que me ayudó a encontrar mi andén. Quedamos en que le llamaría para tomar un café, al fin y al cabo necesitaba un guía en la ciudad.

Al segundo día, descubrí realmente Bucarest. Andreea me enseñó una ciudad palaciega en su centro, muy alejada del concepto de la Rumanía que tenemos en España. Rebosaba vida a pesar del frío invierno. Pero más allá de los edificios neoclásicos se alzaba un extrarradio plagado de rectangulares bloques comunista. Grises. Con Andreea y Miruna comprendí que el neocapitalismo había saltado sobre su presa y le había incado profundamente el diente a los países de la Europa del Este. Y la gente se había acomodado a ese nuevo sistema con la falsa ilusión de la libertad material.

Llegaba el fin de mi viaje, pasé la mañana del último día en la Galería de Arte Nacional de Bucarest. Jamás esperaría encontrar tremenda colección de obras de arte en esa ciudad. Increíble repertorio tanto de arte rumano como europeo. Paseo cronológico desde la Edad Media a las Vanguardias. Allí me encontré a Brancusi, el Greco, Rembrandt, Rodin, Sisley... Sinceramente una de los mejores pinacotecas que yo haya visto en mi vida. Chapeau. Aunque fue una pequeña sala la que más llamó mi atención. Repleta de acuarelas, mostraban la visión de algún viajero del XIX sobre el mundo de Oriente. La mayoría de las estampas pertencían al Estambul del Imperio Otomano. (¡Ay! Ya iba siendo hora de volver a casa).

Había quedado a las 4 en la puerta del museo de Historia con Vicentiu para tomar un café. Aun tenía tiempo, así que decidí pasar por la plaza de la Universidad. Él me encontró contemplando un libro que yo acababa de comprar, increíbles imágenes de personas de muchos lugares del mundo. En un bar del pasaje egipcio hablamos de viajes, de arte, de música, de cambiar el mundo. Y nos despedimos en el mismo parque donde había paseado con Alexandra.

No podría haber un broche mejor para mi viaje que Vicentiu.

A la mañana siguiente, regalé a Andreea unos pendientes que traía de Granada para que los agregara a su colección. En la estación comprendí que ese tren sería el último pedazo de una aventura que me había convertido en otra persona. El señor del compartimento contiguo nos invitó a un té.

Eternas fueron las paradas en las fronteras, para reafirmar que son injutas y totalmente innecesarias. Sentirme expiada sólo por cruzar una línea en el mismo pedazo de tierra.

Y por fin, al alba empezaron a verse los primeros edificios. Hora y media más tarde llegamos al centro de Estambul. Bajé del tren sin saber qué hacer ahora. Iba a necesitar mucho tiempo para asimiliarlo todo.




sábado, 9 de febrero de 2013

Yavaş yavaş


Están un turco y un español. Y el español pregunta:

-Oye, explícame qué es vuestro "Yavaş yavaş".

-Vale, pero primero explícame qué significa vuestro "Mañana..."- responde el turco.

-Pues es cuando te levantas tarde, comes tranquilamente, haces las cosas despacio y no tienes prisa porque ya las harás mañana.
Ahora dime qué es "Yavaş yavaş".

-Pues es lo mismo que vuestro "Mañana..." pero sin todo ese estrés.




Welcome back.